Mercedes Ofelia Cárdenas Martín

Mercedes Cárdenas fundó la Facultad de Arqueología de la PUCP hace 25 años. La gran investigadora de Tablada de Lurín, Sechura, Sechín y el valle de Huaura trabajó al lado de María Rostworowski y fue maestra de Walter Alva, hoy sufre en estado de coma

Por Miguel Ángel Cárdenas

Es muy difícil lograr lo que ha conseguido la gran arqueóloga Mercedes Ofelia Cárdenas Martin: ser implacablemente exigente, férrea y rigurosa con su trabajo, con sus alumnos, consigo misma y, a la vez, convocar un cariño rendido y rendidor. Por eso, hoy que yace en su casa en un estado de coma causado por una enfermedad al corazón –resiste con un marcapasos– y un tumor cerebral, necesita urgente apoyo económico y la oportunidad –esta vez sí– de no esperar la muerte para honrar una vida.

Mercedes fue seguidora de la doctora Josefina Ramos de Cox y una de las primeras arqueólogas profesionales en el país, quien hizo la mayor ofrenda que alguien puede entregar a una causa: su vida absoluta; por eso, ni se casó ni tuvo hijos (lo eran sus alumnos, según la hermana indispensable que se desvive atendiéndola, curándola y rezando por ella). El único momento en que abandonaba su tesón ‘trabajólico’ era para ver en las noches sus telenovelas brasileñas.

La arqueología peruana le debe a esta mujer precursora nacida en Trujillo, de 76 años, sus excavaciones visionarias –en duras condiciones– en el macizo de Illescas, en el desierto de Sechura, con los recursos marinos, y en los valles de Chao, Santa y Huaura; con las piedras labradas de Sechín, en Casma; en Chicama, en Chillón, en el valle del Rímac con las huacas Palomino y Santa Cruz; su rescate del patrimonio en Puerto Supe. Y, especialmente, sus casi mil excavaciones en Tablada de Lurín. Se comenta poco fuera de lo académico –Mercedes siempre mantuvo un gran perfil bajo– pero Tablada es probablemente el cementerio prehispánico más grande de América: hay más de mil entierros exhumados y, se estima, otros nueve mil por exhumar en la zona intangible: aproximadamente 10 mil individuos en un solo lugar.

En el Instituto Riva Agüero se conserva la más grande ‘adobeteca’: con las muestras de adobes preíncas más exhaustivas que la doctora Cárdenas recopiló desde los años 50. Ha sido tan entrañable su fuerza y calor de arqueóloga que los pueblos de Huacho, Huaura, Hualmay, Carquín, Santa María y Végueta, con sus escasos recursos, han publicado un boletín para homenajear su vida, obra y óptica. Mercedes era tan dura, metódica y silenciosa. Y tan querida.

LA MATERNAL DUREZA
«Mamá Meche» la llamaba Walter Alva, desde que a los 16 años le pidió permiso a sus padres para viajar de Trujillo a Chiclayo a un simposio de arqueólogos y la encontró allí. «Era el verano del año 67 y yo ya quería ser arqueólogo, todos me miraron como un polizón. Pero Meche tenía una gran calidad humana, como un colegial la llené de preguntas y me las respondía. Años después la visité en Lima y se acordó de mí con cariño». Cuando Walter terminó la carrera y necesitaba hacer su tesis, la llamó para que lo dejara participar en un proyecto en el valle del Chao y Mercedes fue su mentora. «A pesar de que no tenía título me permitió excavar la parte arquitectónica más compleja. Y luego le pedí permiso para quedarme e hice mi tesis con su asesoría. Porque también era estricta». Con su afectuosa severidad, Meche pasó muchas navidades con él en Chiclayo. Porque Alva siempre recordará la mirada de madre cuando su ‘hijo’ dio a conocer las maravillas del Señor de Sipán. «¡Estaba orgullosa de mí!».

Margarita Guerra, directora del Instituto Riva Agüero, compartió con Mercedes el tiempo en que las mujeres eran una prócer minoría. «Ella estudió Historia, trabajó aquí desde 1958 con la doctora Josefina Ramos de Cox y a su muerte en 1974 estuvo al frente del Seminario de Arqueología, que a comienzos de los 80 se convertiría en facultad gracias a sus esfuerzos. Fuimos amigas, ella era muy reservada, muy dedicada al estudio y a sus alumnos. Recuerdo que cuando la Católica pasó a Pando teníamos que venirnos a Riva Agüero en un micro que demoraba una hora y nos dejaba lejos, por la avenida Abancay, ja, ja, ja».

Guerra recuerda que Mercedes empezó a sentirse mal en marzo del año pasado, pero que no podía parar de trabajar. Es más, fue a hacerse un chequeo para partir con sus estudiantes a una excavación cuando, tras los resultados, tuvo que quedarse y ser operada del corazón de emergencia. «Ella no debía manejar auto, pero era muy impetuosa; días después de operada vino a trabajar. Aquí la vimos alterada a finales de julio, la doctora Inés del Águila tuvo que hacerla sentar y buscarle lo que necesitaba». Y ese mismo día la llevaron de urgencia a la clínica aún consciente…

MEMORIA RECOBRADA
Si hay alguien que la acompañó a la mayoría de sus expediciones fue su sobrino predilecto, José Carlos Espinoza, de 48 años. Él recuerda, desde los 9 años hasta los 30, esos días entusiastas también junto a María Rostworowski: «María y mi tía eran muy amigas. Yo las acompañé a Ica en el 74 cuando María manejaba su Peugeot 404 blanco. Llovía mucho, se nos inundaba la parte trasera y ella manejaba a más de 120 kilómetros por hora por la Panamericana Sur. Hemos estado también en Paracas y camino a Santa Rosa de Quives».

Eran tiempos en que José Carlos esperaba con su tía, a las 7 de la mañana, en la avenida República de Panamá, una línea que los dejaba lo más cerca posible de Tablada de Lurín. Luego debían caminar un kilómetro a pie por el terral. «Mi tía empezó a los 22 años y era muy valiente y tenaz. Estuvo en Casma y en los desiertos de Sechura. Tenía mucha fuerza. Recuerdo cuando visitamos a Walter Alva, a quien ella quería mucho, en el 75. Años después él nos llevó donde estaba Sipán en su Volkswagen plomo del 63, con un palo como palanca de cambios que se le escapaba de las manos. Ella era una persona ordenada y drástica, pero así como exigía, se exigía a sí misma».

Cierta vez, al volver de la fortaleza de Paramonga, los paró un policía, que les pidió abrir la maletera. Cuando lo hicieron, quiso hacer una intervención desesperada. Había visto un cráneo. Mercedes tuvo que sacar su carnet de arqueóloga de la Católica y explicarle que no podía deslindar que fuera un asesinato, pero que en todo caso ocurrió hace más o menos 1.200 años. El policía dudó y, con la pistola todavía empuñada, pronunció: «Sigan nomás».

El arqueólogo Juan Mogrovejo fue el secretario más querido de Mercedes. «Nuestro primer encuentro fue como todos los demás que tuvimos en los siguientes treinta años, muy cordiales, muy formales y sin muchos discursos, lo cual al principio era algo chocante, pero que correspondía totalmente a la personalidad de la doctora: una mujer práctica, sin muchos ánimos de perder tiempo; para ella la palabra bastaba, al estilo de los antiguos».

Dicen algunos de sus alumnos que Mercedes era como una profesora de primaria a la antigua por lo escrupulosa. En todo el tiempo que trabajó con ella, Mogrovejo no la vio descansar ningún fin de semana. Si no estaba enseñando, estaba viajando, excavando aun a su edad. Mercedes Cárdenas nunca quiso depender de nadie, pero la vida ha hecho que hoy dependa de todos. Los peruanos que aman la cultura deberíamos darle amor a esta mujer que entregó su vida a una causa y demostró que la peruanidad también incluye rigor, entrega y disciplina. Y aún la tenemos viva.

Fuente: El Comercio. 01.07.2008

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